Parroquias de la Sagrada Familia y de la Natividad de Nuestra Señora en Oviedo

Parroquias de la Sagrada Familia y de la Natividad de Nuestra Señora en Oviedo

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De nuestro Arzobispo

La ciudad se llenó de alegría


8 de junio de 2025

 

​Volvió a suceder. Quizás no terminamos de acostumbrarnos a tamaño regalo que se nos hace cada año últimamente, aunque conviene tomar nota y levantar acta para poder debidamente caer en la cuenta y saber agradecer. La noticia es que el domingo pasado nuestra Catedral de Oviedo se vio llena como pocas veces la hemos visto. Eradifícil adentrarse tras las puertas de acceso. Un abanico de tantas edades: desde personas mayores que peinaban las canas de su sabiduría, hasta los más alevines que venían como bebés en sus carritos bajo la atenta mirada de sus padres. Y mucha mocedad de diversas edades. Fue realmente una ráfaga de aire fresco.

​El motivo de la celebración giraba en torno a trescientas diez personas que durante un año se habían estado preparando para recibir los sacramentos de iniciación cristiana: el bautismo, la confirmación y la eucaristía. Es loque llamamos el “catecumenado de adultos”. Son muchashistorias detrás de estas personas, cada una con su nombre y con su edad, y con las circunstancias de vida en todos los órdenes que llevaban en el equipaje para este viaje hacia la comunidad cristiana. Me detengo en los que se bautizaban. Distintos motivos hicieron que no recibieran a una edad más temprana, al poco de nacer, ese sacramento que nos inserta en Cristo resucitado y nos adentra en la comunidad cristiana haciéndonos miembros de la Iglesia del Señor. Los había de Asturias, de la América hispana, de Bulgaria y de Corea. Todos ellos escucharon sus nombres mientras el obispo les vertía el agua sobre sus cabezas invocando al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Acostumbrados a esta escena con niños en mantillas, sorprendía gratamente ver a personas jóvenes adultas acercarse a la fuente bautismal comenzando su vida cristiana. 

Yo pregunté a alguno de ellos porqué se hacían cristianos. Y me decían: por el impacto que me produjo el testimonio de los que vivían todas las cosas desde Jesús. Porque estos cristianos amigos o compañeros provocaban una pregunta: qué secreto tenéis para perdonar a quien os puede ofender o herir dentro de nuestro mundo crispado y violento; o cuál es la fuerza que os anima para expresar la verdad cuando vemos que la mentira nos rodea y se hace patente de curso en algunos políticos y mandatarios en medio de este carrusel de la impunidad y de la corrupción amañada; o cómo os protegéis de tanta frivolidad que se exhibe entre la gente del famoseo y de la mediocridad. 

Me pareció muy hermosa la razón: ellos se sintieron interrogados, interpelados, por lo que en medio de la violencia aparece como testimonio de la paz, o cuando en medio de tanta engañifa emergen cristianos que viven la verdad que les hace libres, o si en medio de demasiada bronca zafia resplandecen quienes testimonian con sencillezel encanto de la bondad y belleza en sus maneras y opciones de vida. Así fue entre los primeros cristianos: que insertos en un imperio decadente consiguieron con su vida llenar de alegría la ciudad, y su amor por la vida, por la familia, por la verdad, por la libertad. Hicieron que sin ninguna pretensión significasen un reclamo y una alternativa. Todo lo demás era estéril, caduco y obsoleto, con un declive moral que destruye con sus mentiras crasas, sus corrupciones maquilladas, sus violencias agresivas, sus opulencias vacías. Pero el sencillo testimonio cristiano despertaba esa curiosidad en la que gente que los veía, para preguntarse cuál era el secreto. Era la curiosidad de los que veían a Jesús en medio de ellos: “¿de dónde saca todo esto?, ¿cómo tiene esa sabiduría y cómo así que hace milagros?” (Mc 6,1-6), “Mirad cómo se aman”, decía Tertuliano en el s. II. 

Toda una responsabilidad para nuestra vida cristiana: si provoco esa bendita curiosidad por mi sencillo testimonio, o si mi vida es tan pagana que sólo suscito indiferencia. Estos amigos se dejaron alcanzar por el buen testimonio de cristianos coherentes y también ellos llenaron de alegría la ciudad.

 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

Arzobispo de Oviedo

Año nuevo con júbilo verdadero

Desde nuestro brocal: 29 de diciembre de 2024

Termina el año que tantas cosas nos ha traído con su acostumbrada claroscura y agridulce ventura que siempre nos sorprende, nos alegra y nos arruga. Así se escriben los años de nuestros siglos humanos sin solución de continuidad ni amago de control. Y mientras nos disponemos a pasar página en el almanaque de este complicado año 2024, tenemos una cita postrera que se torna en un comienzo de esperanza.

En definitiva, siempre seremos peregrinos de algo hermoso y bondadoso que continuamente está por llegar. Somos peregrinos de la esperanza cierta que jamás nos defrauda. Hacemos en todas las catedrales del mundo el mismo gesto que hizo el papa Francisco hace unos días con motivo de la Navidad: él abrió una puerta en la basílica de san Pedro del Vaticano y otra simbólica en la cárcel de Rebibbia (Roma). Nosotros solamente nos adentramos en la basílica de la iglesia madre de la diócesis, la catedral, para escenificar también que somos peregrinos de la paz y de la gracia que con demasiada frecuencia nos secuestran las muchas intemperies.

Decía con atino el papa la nochebuena pasada en la apertura de la Puerta Santa de este Año Jubilar lo que puede ser el significado de esta experiencia que haremos todos los católicos al llegar el número redondo de los 2025 años del nacimiento de Jesús, celebrando por este motivo un Año Santo: «Viendo cómo a menudo nos acomodamos a este mundo, adaptándonos a su mentalidad, un buen sacerdote escritor, rezaba en la santa Navidad de esta manera: “Señor, te pido algún tormento, alguna inquietud, algún remordimiento. En Navidad quisiera encontrarme insatisfecho. Contento, pero también insatisfecho. Contento por lo que haces Tú, insatisfecho por mi falta de respuestas. Quítanos, por favor, nuestras falsas seguridades, y coloca dentro de nuestro ‘pesebre’, siempre demasiado lleno, un puñado de espinas. Pon en nuestra alma el deseo de algo más” (cf. A. Pronzato, La novena de Navidad). El deseo de algo más. No quedarnos quietos. No olvidemos que el agua estancada es la que primero se corrompe.

La esperanza cristiana es precisamente ese “algo más” que nos impulsa a movernos “rápidamente”. A nosotros, discípulos del Señor, se nos pide, en efecto, que hallemos en Él nuestra mayor esperanza, para luego llevarla sin tardanza, como peregrinos de luz en las tinieblas del mundo. Este es el Jubileo, este es el tiempo de la esperanza. Este nos invita a redescubrir la alegría del encuentro con el Señor, nos llama a la renovación espiritual y nos compromete en la transformación del mundo, para que este llegue a ser realmente un tiempo jubilar... Todos nosotros tenemos el don y la tarea de llevar esperanza allí donde se ha perdido; allí donde la vida está herida, en las expectativas traicionadas, en los sueños rotos, en los fracasos que destrozan el corazón; en el cansancio de quien no puede más, en la soledad amarga de quien se siente derrotado, en el sufrimiento que devasta el alma; en los días largos y vacíos de los presos, en las habitaciones estrechas y frías de los pobres, en los lugares profanados por la guerra y la violencia. Llevar esperanza allí, sembrar esperanza allí. El Jubileo se abre para que a todos les sea dada la esperanza, la esperanza del Evangelio, la esperanza del amor, la esperanza del perdón».

Tendremos ocasión de recibir la gracia de este año santo jubilar, peregrinando a nuestra catedral, así como a la basílica de la Virgen de Covadonga, con las indicaciones que ha establecido la Iglesia: revisar nuestra vida cristiana, pedir perdón en el sacramento de la reconciliación, tener un gesto solidario con los pobres a través de nuestros canales de caridad, orar por el Santo Padre, por el obispo, por todos los cristianos cada cual en su vocación, por la paz en el mundo y el cese de todo abuso y violencia. Un año para volver a empezar dando gracias y acogiendo la gracia que nos permite cambiar para bien.


Carta Pastoral

 Carlo Acutis. La santidad jovial

Desde nuestro brocal: 8 de diciembre de 2024

A tantos de nosotros nos ha asombrado el relato de su biografía especial que últimamente estamos contando y escuchando por doquier. La puesta en escena son unas cuantas fotografías en las que el chico lleva un chándal y zapatillas deportivas. Es frecuente verlo con sus pelos en rizos al viento, y cargando una mochila como un joven montañero más. Y, sin embargo, en medio de tal atuendo normal y corriente, hay una historia de santidad que se propone ahora a todos como ejemplo de la virtud más eminentemente cristiana que no tiene empacho con una edad tan joven, y con una guisa desenfadada propia de un chaval de nuestros días.

Se trata de Carlo Acutis, un milanés que había nacido en Londres, donde trabajaban sus padres, y que se ha hecho popular también para los jóvenes y adolescentes, por toda una vida asombrosamente de nuestros días. Aficionado al deporte al aire libre, era un estudiante responsable en su aprendizaje bachiller. Sabía programar con la herramienta de la informática algunos subsidios que le ayudaban a tabular y organizar bases de datos para recopilar curiosas estadísticas: santuarios marianos en el mundo y recopilación de las apariciones de la Virgen María, así como lugares en donde se habían dado milagros eucarísticos a través de la historia cristiana. Su corazón grande daba cabida a tantas obras de misericordia para estar cerca de los que sufren.

Puede parecer fácil el trabajo destructor del alma de los jóvenes. Lo hemos visto y comprobado tantas veces cuando a través de la pornografía que te engancha perversamente, las drogas y el alcohol que te anulan y te hacen dependiente, la baja política basada en la revolución que te transforman en agitador del vacío y del nihilismo que destruyen los ideales. Pero frente a estas derivas tan demasiado actuales y tremendamente cotidianas, también emergen otros ejemplos que son justamente lo contrario: mirando algunos rostros, asomándote a determinadas vidas, escuchando palabras verdaderas, te haces más libre, creces en una bondad inusitada, llenas tu corazón de esa belleza que te devuelve la inocencia perdida u olvidada, abres tus brazos para la entrega más sincera con una caridad gratuita y auténticamente solidaria. Y, sobre todo, te reconoces en un camino para el que naciste con la más personal correspondencia entre lo que tu corazón desea y lo que en estos rostros y vidas se te muestra.

Así resulta con Carlo Acutis, cuyas reliquias recibimos en la Catedral la semana pasada. Una leucemia le puso en dirección al cielo con tan sólo quince años. Y con la Eucaristía en su alma, con la devoción tierna y filial hacia la Virgen María en su mirada, nos ha dejado trazado el camino de la revolución más audaz y osada para todos los jóvenes tengan la edad que tengan. La Iglesia nos lo señala como modelo de santidad contemporánea, y será próximamente canonizado tras dos milagros por su medio reconocidos como tales por la Santa Sede en la persona misma del Papa: un niño brasileño aquejado de un páncreas anular que lo estaba destruyendo, y una chica costarricense de 21 años que por un accidente en bicicleta quedó sin esperanza de vida tras la operación intracraneal.

Hay una juventud indómita que no se deja engañar y ama la verdad que nos hace libres, que no renuncia a la belleza y pone freno a cuanto la destruye, que crece en la bondad y no acepta que nadie les malee, que tiene una mirada limpia y un corazón capaz de albergar las preguntas de la vida que sólo en Cristo tienen su respuesta cumplida. Ahí los tenemos en el estudio, en el deporte, en la música y las artes, en la entrega solidaria cuando hay que arremangarse, en la fe vivida con la caridad que nos llena de esperanza. Sí, como Carlo Acutis, la santidad también tiene cauces joviales y tras un chándal y unas zapatillas de deporte, emerge una humanidad sana y creyente que cambiará los imperios del mal que caducan solitariamente.


Jesús Sanz Montes es arzobispo de Oviedo.


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