Parroquias de la Sagrada Familia y de la Natividad de Nuestra Señora en Oviedo

Parroquias de la Sagrada Familia y de la Natividad de Nuestra Señora en Oviedo

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De nuestro Arzobispo

Estrellas amigas

12 de enero de 2025

En medio de tanta mediocridad, cuando la pretensión torticera o el interés pendenciero se apropian de los motivos de una posición ante la vida ante cualquier cosa (la política, la universidad, la cultura, los medios de comunicación, la educación, la familia, e incluso la misma Iglesia), hace que emerjan con luz propia las personas que destacan precisamente por su bondad, por su sabiduría, por su coherencia moral y la aportación valiosísima que hacen a la entera sociedad.

En nuestra historia más reciente en los últimos largos decenios, hemos podido saludar a personalidades que tenían desde sus respectivos ángulos de vista una manera madura y creativa de asomarse a este mundo convulso y contradictorio. Sus nombres han marcado hitos en nuestra andadura desde hace cien años y han supuesto un reclamo urgente, una referencia indispensable, para poder surcar los caminos dentro de la ambigüedad u oscuridad en las que con demasiada frecuencia nos sentimos envueltos.

El elenco de sus nombres es una glosa maravillosa de lo mejor de nuestra humanidad: cuando se hace política desde la verdad y la justicia, cuando las puertas de la universidad se abren a las preguntas de la razón serena con inteligencia y las del corazón con su apertura afectiva, cuando la cultura supone una cosmovisión que no censura las posibilidades de comprensión de tantas cosas, cuando los medios de comunicación se ponen al servicio de lo que acontece relatado sin ideología, cuando la educación no se torna en domesticación y la familia es verdaderamente protegida, cuando la Iglesia se propone como anuncio de Buena Noticia sin estragos prepotentes y sin complejos claudicadores. Este sería un buen desiderátum al comenzar el año recién estrenado.

Uno de esos nombres ha venido de nuevo a nuestra remembranza cuando tras dos años después de su fallecimiento, vuelve a nuestro recuerdo desde los anales de la gratitud. Me estoy refiriendo a Joseph Ratzinger, el querido papa Benedicto XVI.

Hace dos años que nos dejó para siempre desde su retiro vaticano donde con discreción siguió abrazando a la humanidad, amando a la Iglesia y escribiendo sin palabras su apasionado fervor por Jesús. Lo dije entonces y lo repito todavía, que hay estrellas que se apagan al llegar el ocaso de su titilar prestado. Pero hay estrellas que siguen brillando en el firmamento de la historia porque tienen luz propia. Una estrella que fue cauce y no eclipse de la Luz con mayúsculas. En la ya larga historia de la Iglesia, tenemos constelaciones de personas sabias, personas santas, que nos han guiado en los entresijos de la vida, en los vericuetos donde la confusión de las ideas, las cañadas oscuras y la mediocridad empoderada, nos hacían difícil distinguir lo que vale la pena de lo que es una filfa, lo que es transparentemente bello frente a lo que es maquillaje postizo, lo que es bondadoso ante lo que es postureo fingido. Entonces emergen los grandes, que suelen ser al mismo tiempo sencillos, dando testimonio de la verdad, la bondad y la belleza que apasionadamente han buscado, encontrado y vivido. Son estrellas que siguen iluminando las sendas de quienes seguimos peregrinando a la meta bendita a la que ellos ya llegaron.

De este modo hacemos memoria de Joseph Ratzinger, el querido papa Benedicto XVI. La coyuntura de su vida es un florilegio de dones y talentos, que junto a sus límites sirvieron para hacer de él un inmenso regalo del cielo, como hemos reconocido quienes hemos vivido la muerte y la despedida de alguien inolvidable. Ahí quedan las palabras de su testamento espiritual, donde la gratitud precisa y el perdón concreto, hacen de estrofas de una larga biografía tan llena de bien, de paz y de sabiduría. Por eso es una figura emergente que se torna en estrella en un cielo nublado por tantos motivos. Su luz transparenta la claridad de Dios de la que él fue testigo.


Año nuevo con júbilo verdadero

Desde nuestro brocal: 29 de diciembre de 2024

Termina el año que tantas cosas nos ha traído con su acostumbrada claroscura y agridulce ventura que siempre nos sorprende, nos alegra y nos arruga. Así se escriben los años de nuestros siglos humanos sin solución de continuidad ni amago de control. Y mientras nos disponemos a pasar página en el almanaque de este complicado año 2024, tenemos una cita postrera que se torna en un comienzo de esperanza.

En definitiva, siempre seremos peregrinos de algo hermoso y bondadoso que continuamente está por llegar. Somos peregrinos de la esperanza cierta que jamás nos defrauda. Hacemos en todas las catedrales del mundo el mismo gesto que hizo el papa Francisco hace unos días con motivo de la Navidad: él abrió una puerta en la basílica de san Pedro del Vaticano y otra simbólica en la cárcel de Rebibbia (Roma). Nosotros solamente nos adentramos en la basílica de la iglesia madre de la diócesis, la catedral, para escenificar también que somos peregrinos de la paz y de la gracia que con demasiada frecuencia nos secuestran las muchas intemperies.

Decía con atino el papa la nochebuena pasada en la apertura de la Puerta Santa de este Año Jubilar lo que puede ser el significado de esta experiencia que haremos todos los católicos al llegar el número redondo de los 2025 años del nacimiento de Jesús, celebrando por este motivo un Año Santo: «Viendo cómo a menudo nos acomodamos a este mundo, adaptándonos a su mentalidad, un buen sacerdote escritor, rezaba en la santa Navidad de esta manera: “Señor, te pido algún tormento, alguna inquietud, algún remordimiento. En Navidad quisiera encontrarme insatisfecho. Contento, pero también insatisfecho. Contento por lo que haces Tú, insatisfecho por mi falta de respuestas. Quítanos, por favor, nuestras falsas seguridades, y coloca dentro de nuestro ‘pesebre’, siempre demasiado lleno, un puñado de espinas. Pon en nuestra alma el deseo de algo más” (cf. A. Pronzato, La novena de Navidad). El deseo de algo más. No quedarnos quietos. No olvidemos que el agua estancada es la que primero se corrompe.

La esperanza cristiana es precisamente ese “algo más” que nos impulsa a movernos “rápidamente”. A nosotros, discípulos del Señor, se nos pide, en efecto, que hallemos en Él nuestra mayor esperanza, para luego llevarla sin tardanza, como peregrinos de luz en las tinieblas del mundo. Este es el Jubileo, este es el tiempo de la esperanza. Este nos invita a redescubrir la alegría del encuentro con el Señor, nos llama a la renovación espiritual y nos compromete en la transformación del mundo, para que este llegue a ser realmente un tiempo jubilar... Todos nosotros tenemos el don y la tarea de llevar esperanza allí donde se ha perdido; allí donde la vida está herida, en las expectativas traicionadas, en los sueños rotos, en los fracasos que destrozan el corazón; en el cansancio de quien no puede más, en la soledad amarga de quien se siente derrotado, en el sufrimiento que devasta el alma; en los días largos y vacíos de los presos, en las habitaciones estrechas y frías de los pobres, en los lugares profanados por la guerra y la violencia. Llevar esperanza allí, sembrar esperanza allí. El Jubileo se abre para que a todos les sea dada la esperanza, la esperanza del Evangelio, la esperanza del amor, la esperanza del perdón».

Tendremos ocasión de recibir la gracia de este año santo jubilar, peregrinando a nuestra catedral, así como a la basílica de la Virgen de Covadonga, con las indicaciones que ha establecido la Iglesia: revisar nuestra vida cristiana, pedir perdón en el sacramento de la reconciliación, tener un gesto solidario con los pobres a través de nuestros canales de caridad, orar por el Santo Padre, por el obispo, por todos los cristianos cada cual en su vocación, por la paz en el mundo y el cese de todo abuso y violencia. Un año para volver a empezar dando gracias y acogiendo la gracia que nos permite cambiar para bien.


Carta Pastoral

 Carlo Acutis. La santidad jovial

Desde nuestro brocal: 8 de diciembre de 2024

A tantos de nosotros nos ha asombrado el relato de su biografía especial que últimamente estamos contando y escuchando por doquier. La puesta en escena son unas cuantas fotografías en las que el chico lleva un chándal y zapatillas deportivas. Es frecuente verlo con sus pelos en rizos al viento, y cargando una mochila como un joven montañero más. Y, sin embargo, en medio de tal atuendo normal y corriente, hay una historia de santidad que se propone ahora a todos como ejemplo de la virtud más eminentemente cristiana que no tiene empacho con una edad tan joven, y con una guisa desenfadada propia de un chaval de nuestros días.

Se trata de Carlo Acutis, un milanés que había nacido en Londres, donde trabajaban sus padres, y que se ha hecho popular también para los jóvenes y adolescentes, por toda una vida asombrosamente de nuestros días. Aficionado al deporte al aire libre, era un estudiante responsable en su aprendizaje bachiller. Sabía programar con la herramienta de la informática algunos subsidios que le ayudaban a tabular y organizar bases de datos para recopilar curiosas estadísticas: santuarios marianos en el mundo y recopilación de las apariciones de la Virgen María, así como lugares en donde se habían dado milagros eucarísticos a través de la historia cristiana. Su corazón grande daba cabida a tantas obras de misericordia para estar cerca de los que sufren.

Puede parecer fácil el trabajo destructor del alma de los jóvenes. Lo hemos visto y comprobado tantas veces cuando a través de la pornografía que te engancha perversamente, las drogas y el alcohol que te anulan y te hacen dependiente, la baja política basada en la revolución que te transforman en agitador del vacío y del nihilismo que destruyen los ideales. Pero frente a estas derivas tan demasiado actuales y tremendamente cotidianas, también emergen otros ejemplos que son justamente lo contrario: mirando algunos rostros, asomándote a determinadas vidas, escuchando palabras verdaderas, te haces más libre, creces en una bondad inusitada, llenas tu corazón de esa belleza que te devuelve la inocencia perdida u olvidada, abres tus brazos para la entrega más sincera con una caridad gratuita y auténticamente solidaria. Y, sobre todo, te reconoces en un camino para el que naciste con la más personal correspondencia entre lo que tu corazón desea y lo que en estos rostros y vidas se te muestra.

Así resulta con Carlo Acutis, cuyas reliquias recibimos en la Catedral la semana pasada. Una leucemia le puso en dirección al cielo con tan sólo quince años. Y con la Eucaristía en su alma, con la devoción tierna y filial hacia la Virgen María en su mirada, nos ha dejado trazado el camino de la revolución más audaz y osada para todos los jóvenes tengan la edad que tengan. La Iglesia nos lo señala como modelo de santidad contemporánea, y será próximamente canonizado tras dos milagros por su medio reconocidos como tales por la Santa Sede en la persona misma del Papa: un niño brasileño aquejado de un páncreas anular que lo estaba destruyendo, y una chica costarricense de 21 años que por un accidente en bicicleta quedó sin esperanza de vida tras la operación intracraneal.

Hay una juventud indómita que no se deja engañar y ama la verdad que nos hace libres, que no renuncia a la belleza y pone freno a cuanto la destruye, que crece en la bondad y no acepta que nadie les malee, que tiene una mirada limpia y un corazón capaz de albergar las preguntas de la vida que sólo en Cristo tienen su respuesta cumplida. Ahí los tenemos en el estudio, en el deporte, en la música y las artes, en la entrega solidaria cuando hay que arremangarse, en la fe vivida con la caridad que nos llena de esperanza. Sí, como Carlo Acutis, la santidad también tiene cauces joviales y tras un chándal y unas zapatillas de deporte, emerge una humanidad sana y creyente que cambiará los imperios del mal que caducan solitariamente.


Jesús Sanz Montes es arzobispo de Oviedo.


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