Parroquias de la Sagrada Familia y de la Natividad de Nuestra Señora en Oviedo

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De nuestro Arzobispo

Carta Pastoral

La DANA: del diluvio y del arca solidaria

Han sido imágenes que nos han quedado para siempre grabadas, como una herida en la conciencia ante la tragedia que nos sobrepasa sin poder entenderla y ante lo que se nos presenta como bajeza en una triste gobernanza. Sin cita previa, aquella tarde fue oscureciendo su cielo como nadie recordaba. Adoptó un rostro amenazante con ademán de infligir un duro varapalo a tanta gente inadvertida e inocente a través de los barrancos desbocados que aguardaban con su munición destructora para bajar en tromba. Casas arrasadas sin ofrecer resistencia, campos desenraizados con el rejón más cruel, coches y camiones como marionetas en manos de los hilos invisibles de capricho letal. De pronto, todo se convirtió en un lodazal, donde el fango voraz —el de verdad— se hizo con el escenario sembrando el miedo, el pánico, sin saber qué pasaba, ni porqué, ni hasta cuándo.

Lo peor de todo, por vulnerable y preciosa, fue la vida humana que sin pedir credenciales se llevó la riada impunemente. Ancianos, niños, hombres y mujeres que fueron engullidos por el torbellino del agua que los anegaba hasta la asfixia, o que fueron golpeados por el puño de la molicie que nada respetaba a su paso demoledor. Un misterio de dolor, donde te quedas sin palabras, con el alma encogida y roto el corazón.

Los desperfectos ocasionados por la DANA en Paiporta, ValenciaEuropa Press

No pocos de nosotros elevamos al cielo las preguntas más hirientes queriendo recibir de inmediato la respuesta de un Dios que aparentemente no dice nada. Sabemos que Él siempre nos acerca su Palabra cuando habla sin engaño e incluso cuando silencioso, calla. Reaccionamos con una oración humilde, que no se torna reivindicadora ni pide el libro de reclamaciones. Es una plegaria que se pliega ante un misterio en donde la frontera de la iniquidad y la esperanza porfían en dibujar sus límites para ver dónde está la linde de cada una de ellas. Como en tantos otros escenarios enjugamos nuestro llanto, dejamos que las lágrimas sean nuestro salmo más humilde, mientras pedimos luz para entender y fuerza para entregarnos a todo lo que tenemos por delante como reto inmenso y despiadado.

Hemos visto militares, bomberos, guardias civiles y policías, sanitarios y tantos voluntarios anónimos. Hemos visto también al Rey. Contaba el arzobispo de Valencia con emoción cómo los primeros que llegaron a las varias zonas cero de esta tragedia fueron los jóvenes cristianos que se organizaron inmediatamente. Apenas han sido noticia lo que han hecho estos jóvenes, junto a religiosas y sacerdotes sin postureos ni paripés. Las parroquias del centro de la capital valentina adoptaron a las comunidades cristianas de las periferias y de las zonas rurales. Igualmente, los párrocos abrieron sus locales parroquiales, incluyendo los mismos templos, para dar cobijo a la gente que se quedó a la intemperie, o para organizar la distribución de alimentos y otras necesidades higiénicas o más esenciales medicamentos. Las Cáritas diocesanas rápidamente se han hecho un cauce fiable para poder recibir y repartir ayudas materiales y económicas, sin dar pie al desvío de los bienes que tienen sólo a los pobres como destinatarios.

¡Cuántas cosas se recolocan con prisa ante todo esto! ¡Cuántas se caen por sí solas cuando ves su impostura al robarnos el tiempo, los sueños, los valores que valen la pena, aquello que únicamente es digno de fe como es el amor! Un zarpazo tan brutal como este, vuelve a poner las cosas en su verdadero sitio, devolviendo a Dios y a los hermanos la primacía perdida. Solo así, en medio de tanto dolor y con las preguntas más punzantes a flor de piel, nos abrazamos a la esperanza para mirar el mañana sin ser rehenes de este pasado purificador en el crisol de una riada.

Las penúltimas palabras están bañadas por tanto llanto, donde la destrucción y la muerte nos han asolado hasta la extenuación. Pero la palabra final solo le corresponde al Señor y sus brazos alargados aparecen en las manos de tanta gente buena que lo está dando todo. Es su Palabra en los labios de hermanos entregados que ponen letra de esperanza a esta elegía en tono menor. Esta es la primera piedra llena de caridad solidaria, de amor invencible, para reconstruir toda una historia que tenemos por delante. Esta tragedia se ha llevado buena parte del pasado. Ha dejado muy herido el presente, pero el futuro está en nuestras manos cuando son sostenidas y abrazadas por la providencia divina y los gestos fraternos del amor. Por eso, acercamos nuestro afecto, nuestra aportación económica y nuestras plegarias. Es una pequeña arca en medio del inmenso diluvio de una catástrofe natural, no así las otras gotas frías de algunos políticos mandamases o de saqueadores desalmados, objeto del desprecio por sus miserias demagógicas.

Porque, efectivamente, luego está el látigo de los que roban a mansalva, de los que se cuelan como okupas intrusos en viviendas ajenas, de los que aprovechan tamaña tragedia para hacer su calculado escarceo electoral. ¡Cuánto ha dolido ver el torpe ejemplo de algunos gerifaltes que han querido escaquearse inculpando a otros la falta de entrega a ellos debida, su alicorta mirada egocéntrica y su zafia medida para buscar un relato falseado que desgastase a sus adversarios políticos, o para sobrevivir un momento fugaz en sus delincuencias judicializadas y en sus gobernanzas fallidas! La historia tiene memoria a pesar de los amaños de comunicación pervertida y sincronizada, y esa historia no olvidará la bajeza de quienes se han aprovechado de este dolor inmenso en un drama como este. Este es el verdadero fango sin postureo maquillado, disfrazado, hueco y grandilocuente, que ha obtenido la reacción espontánea de la gente que ha expresado de modo excesivo pero comprensible, ante los visitantes indeseados. El que a fango mata, a fango muere con jarabe democrático, que decía aquel. No debería haberse dado esta reacción ante las autoridades, pero se entiende cuando el desamparo de la soledad humana ante una incomprensible inhibición institucional de responsables irresponsables, han hecho mella en la gente más afectada que ha visto a algunos políticos mirar para otro lado o buscar ganancia torticera y malhadada.

Pero por encima de todo, flota como buque insignia del amor fraterno el arca solidaria que emerge confiada en medio del diluvio natural, frente al mezquino cálculo de quien sopesa únicamente la poltrona de su ego, la salvaguarda de sus siglas difuminadas, y el cumplimiento de la agenda ideológica desguazando España y retrocediendo en nombre de su progresismo en los valores morales que atacan, mientras impunemente de nuevo se aprovecha una tamaña tragedia para hacer campaña electoral queriendo sacar rédito en unas urnas con forma de féretros donde los difuntos por los que tan impíamente no hicieron casi nada para salvar, quieren que les voten.

Nos quedamos con la entrega generosa y valiente, gratuita y sincera de tanta gente de bien, aparentemente anónima cuyos nombres los conoce Dios y bendice sus vidas, que no buscan el foco de una cámara ni el titular de un rotativo, sino sencillamente ayudar como tantas personas buenas están llevando a cabo heroicamente. A través de Cáritas haremos lo propio, viviendo como si fuera nuestro lo que ha sucedido en esos lugares, en esas personas, y así acercar nuestro afecto, nuestra aportación económica y nuestras oraciones.

Jesús Sanz Montes es arzobispo de Oviedo.

Publicado en El Debate, 9.XI.2024


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